30.7.06

Refutación del tiempo
Supongo que desde muy chico me habría hecho cierta fama, porque alguien -no recuerdo quién- me regaló para mi octavo cumpleaños un montón de libros. Ese tesoro incluía novelas de Salgari, de Verne, de Mark Twain y hasta una edición para chicos del Quijote, que descarté rápidamente porque yo ya había leído la versión “para grandes” (!).
Una de esas tardes mi abuela me llevó a la plaza un rato después de almorzar. Yo fui con la bici y, naturalmente, con un par de mis nuevos libros. En cuanto llegamos, dejé la bicicleta a un lado y me tiré en el pasto a leer. Creo que tomé uno de los libros de Salgari: entre navegaciones peligrosas, abordajes violentos, dioses hindúes y tigres sanguinarios el tiempo fue pasando y yo seguía tirado panza abajo en el pasto, ajeno a los calambres, a las hormigas que se me metían por el cuello de la remera y al viento frío de la tarde.
Hasta que mi abuela me tocó el hombro para decirme que era hora de volver. Levanté la vista y noté incrédulo que el sol se estaba ocultando. Perplejo, pensé que en el tiempo había un error: para mí, hacía sólo cinco minutos que había comenzado a leer. No entendía que habían pasado más de cuatro horas y que ya estaba llegando al final de la novela.
Entonces empecé a pensar que los libros tienen el don de falsear el tiempo, que entre sus hojas las horas corren con un ritmo propio, que la tiranía de los relojes está excluida de sus páginas. Por entonces no había leído a Nabokov, no sabía quién era Tolstoi ni había escuchado hablar de Proust. Pero acababa de descubrir que un libro era, sobre todas las cosas, un objeto mágico. Ese asombro me dura hasta hoy.

26.7.06

Pedradas
La reunión transcurría con el tono monocorde que es habitual. En el viejo salón de reuniones con decoración versallesca (jarrones con rosas naturales, cortinados de terciopelo, cuadros de marco dorado, pisos de madera noble, brillantes como espejos), mirábamos en la pantalla los gráficos que nos mostraban lo bien que iba la gestión y lo exitoso que era el equipo gerencial. De vez en cuando, alguien dejaba escapar una exclamación aprobatoria. Yo hacía dibujitos sobre mi carpeta.
Un rumor proveniente de afuera se empezó a escuchar, pero nadie se mosqueó. El ruido fue creciendo en intensidad, hasta que empecé a notar algo desacostumbrado. Le toqué el hombro a la mina sentada al lado mío y le pregunté:
-¿No te parece que el ruido de la lluvia se escucha demasiado cerca?.
La piba -que estaba casi tan dormida como yo- se sobresaltó y miró para el lugar de donde venía el ruido, que ya empezaba a sonar a torrente de deshielo. Entonces se puso de pie de un salto, atravesó la sala y soltó un grito. El techo se había rajado y caía un grueso chorro de agua que se derramaba sobre la araña de cristal y bronce pulido, empapaba la alfombra, se escurría por las paredes entre los cuadros y se perdía en gruesos arroyos a través del piso. El gordo que hablaba se sobresaltó, apagó la pantalla y empezaron a entrecruzar órdenes. La sala se llenó de secretarias, asistentes, empleados y curiosos. Todos empezaron a despejar escritorios, a descolgar cuadros, a correr cortinados y a mover pilas de papeles.
Con las manos en los bolsillos, fui a mirar el techo: la finísima moldura renacentista se había rasgado como una tela y el agua caía estilo Niágara.
-La lluvia reventó uno de los caños de desagüe y eso rompió el cielo raso- me explicó el gordo, que pasaba cargando un montón de carpetas. Las secretarias movían los cuadros de un lado a otro, preocupadas por dos de ellos. Su gestualidad no me impresionó: me pareció imposible que, en ese lugar donde todo era falso, hubiera dos Castagninos auténticos.
Los invitados a la presentación nos mirábamos. Alguien dijo, al borde de la crisis de angustia, que había dejado su Audi en la calle. Yo seguí haciendo dibujitos en la carpeta, tratando de disimular la risa.

25.7.06

Músicas
El sol de la tarde entra con ímpetu en el living. De pie frente al ventanal, miro algunos veleros sobre el río. Estaba leyendo pero dejo el libro para dedicarme solamente a mirar el horizonte y oír la música: estoy escuchando una canción de REM (últimamente no escucho otra cosa) que tiene efecto hipnótico sobre mí, hasta que me doy cuenta de que tiene la misma base rítmica que otra canción de Crowded House que también me fascina desde la primera vez que la escuché. Me sorprende descubrir en un grupo tan británico como los Crowded el sonido de guitarras ácidas del grunge, tan yanqui.
Me gusta el sonido de Seattle. El rock crudo y la actitud escéptica de los ´90 (con Pearl Jam a la cabeza) siempre me gustaron. Me gusta la leyenda de Kurt Cobain más que la música de Nirvana: me hubiera gustado escribir un gran artículo sobre ese tipo, una nota para ser publicada en la Rolling Stone, en el Village Voice o, por supuesto, en el New Yorker. Un artículo que oliera a pólvora y a sangre, que era la única forma de hablar de Cobain.
Hace diez años, al mismo tiempo que descubría a Blur, a Supergrass, a los primeros discos de Oasis y a Crowded, leía con avidez biografías de Beethoven e iba todas las semanas al Colón a escuchar a la sinfónica. Iba a una disquería especializada en música clásica a comprar versiones diferentes de las sinfonías de Beethoven. Aprendí a diferenciar una sinfonía con dirección de Kurt Mazur de otra dirigida por Carlos Kleiber, Claudio Abbado o Zubin Mehta.
Íbamos al Colón con M. Ella se ponía vestidos largos y yo usaba trajes negros: nos parecía un embole pero estábamos seguros de que si hubiéramos ido de jeans y zapatillas nos hubieran impedido la entrada. A veces servían champagne en los entreactos de las obras: tomábamos una copa conversando antes de volver a sentarnos. M. salía a fumar en las escalinatas de la entrada. Yo la acompañaba afuera por solidaridad y me sentaba en los escalones de piedra mientras ella fumaba un Gitanes antes de volver a entrar.
Cuando regresábamos a nuestros asientos, recorriendo de la mano los pasillos en semipenumbras y rodeados de cortinados de terciopelo, nos dábamos unos besos. En la oscuridad de la platea, M. buscaba mi mano y entrelazaba sus dedos con los míos.
Ahora, que escucho a REM en un departamento solitario, pienso que Beethoven nunca fue tan luminoso como en esos días.

24.7.06

Casualidades
Me dejó sin palabras. Por algunos instantes, el asombro me impidió responder. Entonces pensé de dónde vendría su pregunta y empecé a recorrer el tiempo hacia atrás. La tarde había empezado mal: cuando nos vimos en la consultora y le propuse ir a tomar algo luego de salir, Natalia dijo que tenía otra reunión de trabajo después. Sin embargo, agregó que a partir de las 21 hs. estaba libre, si quería ir a comer.
Disimulando el entusiasmo, le dije que podíamos encontrarnos a las 10 en uno de los restaurantes que me recomendó Loli, que siempre tiene la posta en el rubro gastronómico. Estuve ahí puntualmente y la esperé mirando de reojo por la ventana, hasta que a las 10 y cuarto llegó. Como parece ser consciente de sus fortalezas y debilidades (marketinera típica, debe tener una matriz FODA de su cuerpo), se había vestido de blanco para que resalte el bronceado, tenía un escote contundente que ofrecía al menos dos buenos motivos para no quitarle los ojos de encima, y había modificado el maquillaje de la tarde por uno más intenso que se recargaba en los párpados y en los labios.
Fuera de la consultora sonríe más y es bastante graciosa. Charlamos de irrelevancias hasta que en un momento tira la pregunta que me deja sin respuesta:
-¿Conocés a Agustina C?
No podría haberme sorprendido más: Agustina es una mina con la que salí hace tres años. Lo último que esperaba era que esta mina me la nombrara. La primera opción es asegurar que no la recuerdo; la segunda es dejar claro que tengo un recuerdo afectuoso. Me decido por la segunda, y Natalia me dice que son amigas, que conversando me nombró y allí saltó todo. De a poco me va contando cosas.
-Agus se acuerda bien. Dijo que se divirtió mucho con vos. Y dice que sos el tipo más inteligente que conoció. O el más culto, algo así.
Le digo que los términos no son sinónimos.
-Bueno, dijo que sos el único que en una carta le puso unos versos de un poeta griego.
Un griego, pienso. Debe haber sido alguna cita de Kavafis (que era egipcio, aunque para ella debe ser más o menos lo mismo) a quien leía mucho hace un par de años.
-Ah, y ella todavía tiene guardadas tus cartas.
Soné: encima hay documentos incriminatorios.
Mientras la escucho voy recordando la historia con Agustina, una mina que trabajaba de coordinadora en una empresa de seminarios y a la que dejé por puro y simple aburrimiento. No recuerdo qué excusa le di.
-Agus dice que la dejaste de ver sin explicar demasiado, y que después estuvo 3 meses mandándote mails que nunca le contestaste.
-¿Está ofendida? –le pregunto.
-No, está todo bien.
-Bueno, cuando la veas dale saludos.
Natalia evidentemente se está divirtiendo. Yo hablo poco y me limito a escuchar. Además, no hay nada más interesante que enterarse de lo que dice de uno mismo una ex. Ella me dice un par de cosas de doble sentido. (“Agus dice que sos muy habilidoso con la lengua. Quiero decir que escribís bien, no pienses otra cosa”, dice riéndose, aunque a mí el comentario no me da risa).
La verdad que el asunto ha perdido gran parte de su atractivo. Salir con una amiga de una ex es lo menos. Y escuchar esta clase de comentarios me parece decadente. Dejo de pizpearle el escote, la miro a los ojos cuando habla y de vez en cuando me distraigo mirando hacia afuera. Coincidimos en que tener por delante dos meses de trabajo juntos conspira en contra de que “pase algo”. En la consultora hay que ser extremadamente prolijo, sobre todo si nos une una relación contractual, digo.
Imperceptiblemente, voy conduciendo la charla a temas profesionales y sacándola del plano personal. Al terminar, me dice que el martes tenemos reunión temprano. Agendá la hora, me subraya. Escribo la fecha y hora en una servilleta, con la promesa de pasarlo a la agenda en cuanto llegue a casa. Al rato, luego del postre y una taza de té, nos despedimos cordialmente pero, de mi parte, sin mayor interés futuro.
Me voy con la impresión de que hay una rubia más en mi agenda y una menos en mi vida.

21.7.06

Espejo catártico
Entonces aprovechás que es una mañana tranquila y te mirás después de afeitarte. Y pensás que posiblemente mañana venga la tana por un rato, y que hoy por la tarde vas a reunirte con Natalia en la consultora, y te preguntás si la reunión que ambos convinieron “a última hora” podría ser la excusa ideal para terminar el día yendo por ahí a tomar algo en un after hour. Y te preguntás a qué puede llevar eso, aunque sabés por dónde va la respuesta. Y, como hoy se te da por preguntarte todo, también te interrogás acerca de Alejandra, la morochita veinteañera que ves en el seminario de la facultad.
La piba tiene 20 espléndidos años, y se te acerca con sus jeans ajustadísimos, y te sonríe desde la impunidad que la da la belleza y la juventud, y te clava los ojos como si te desafiara. Te repetís que es chica, pero vos sabés que van a terminar preparando el trabajo del seminario juntos y sabés que ella decidió que va a sacarse la curiosidad que siente por vos.
Y te jode pensar que mañana va a venir la tana y va a mirar mil veces de reojo el reloj, y va a irse una hora y media después de haber llegado, y que va a dejar el departamento lleno de su perfume, que en el comedor va a quedar el eco de sus risas y su voz, y vos te vas a quedar reconstruyendo su imagen cuando ella ya no esté.
Entonces te mirás a tu propia cara y pensás que la tana va a seguir con su dosis de amor semanal hasta que se aburra, y que Alejandra, simpática, rea y hermosa como es, sería una compañía ideal para recorrer pubs de San Telmo y para ver el amanecer sobre el río; mientras que Natalia, con su corte de Giordano, su rubio natural perfeccionado por L´Oreal y sus tailleurs sería la compañía perfecta para una cena en Puerto Madero y para un seminario en la UADE.
Pero el vacío sigue ahí. Esta semana la oficina de prensa de Movistar te envió invitaciones para ver la muestra de Lichtenstein en el Malba y no tenés con quién ir. Lo que en otra época hubiera sido un detalle divertido (tantas minas para un touch, ninguna para salir un sábado a la tarde), ahora te deprime. Entonces pensás que debés estar empezando a ponerte viejo.

18.7.06

Hard day´s night
Llegar de la oficina cuando ya es de noche. Dejar el portafolio por ahí, sacarse la corbata de un tirón, revolear los zapatos, quitarse el saco y el pantalón en el dormitorio. Encontrar 6 mensajes en el contestador. Pasarlos rápidamente y no responder ninguno. Desconectar el teléfono para que no suene ni entren mensajes mientras estás en casa. Mirar lo que hay en el congelador para cenar.
Sacar del mueble un CD con canciones de REM, ponerlo en el equipo, subir el volumen al máximo, apagar las luces. Cantar “Man in the moon” en voz baja, de pie frente a la ventana, mirando las luces de Puerto Madero y, detrás, la intensa oscuridad del río.
Apagar todas las luces del departamento, desplomarse en el sillón del comedor, rodeado de música y oscuridad. Dejar fluir recuerdos incoherentes, como retazos del día que está terminando. Las piernas y las manos de una secretaria que viste hoy en una empresa. La entrevista a Leonard Cohen que leíste publicada un diario español, donde respondió citando versos de sus propios poemas. Frases del proyecto que escribiste y enviaste a JL; y la falla argumental que recién descubriste luego de enviarlo. El saco de corderoy color verde musgo que viste en una vidriera y te preguntás si comprar. El té frío que te sirvieron en BankBoston. El tic en la ceja que tenía el tipo que entrevistaste a la tarde.
Pensar en el libro de Saer que querés terminar esta noche, y en los diarios de Kafka, que te gustaría releer si no te deprimieran tanto. Pensar en un proyecto laboral más modesto y despojado. Sobre todo, tratar de no pensar en un par de asuntos. Recordar un verso de un poema viejo y hermoso de Blas de Otero: Dios nos libre de ver las cosas claras.

16.7.06

Proust en la playa
Vos sos un personaje proustiano, me dijo Carla mientras se sacaba las zapatillas y acercaba los pies a la estufa. Horas después, cuando ella se había ido y yo ordenaba los CDs que había dejado desparramados por todo el comedor, pensaba en su comentario.
Tal vez el momento más proustiano de mi vida (quizás el primero de una serie infinita) sucedió cuando yo tenía diez años y no imaginaba que un tal Proust existía y que 15 años más tarde lo leería con devoción. Era la nochebuena y a mi abuelo se le había ocurrido que la pasáramos en la playa, así que mandó a sacrificar dos corderos del campo y asarlos, a preparar empanadas, ensaladas, postres de todo tipo y encargó al supermercado varios cajones de cerveza, gaseosas y agua mineral.
Las playas de Uruguay son, en las noches de verano, casi más lindas que durante el día, porque al caer el sol el agua queda tibia durante varias horas y además la gente se va a su casa en cuanto cae el sol. Nosotros llegamos al atardecer, con la camioneta y el auto cargados hasta el techo. Mi abuela, mis tías y mi madre se pusieron a organizar la cena a un costado. Mis primos y yo nos fuimos a jugar al fútbol en la arena. Yo me aburrí rápido y me fui al agua.
Los edificios que están sobre la rambla, frente a la costa, estaban iluminados. Cenamos, conversamos, nos reímos a carcajadas en la playa desierta. Mi primo Marcelo empezó a tomar cerveza con Fanta y al rato estaba perdidamente borracho. Mi abuelo, que ya empezaba a sentirse enfermo pero lo ocultaba, estaba sentado en una silla desplegable en la orilla, con los pies en el agua.
A las 12 empezaron a tirar cohetes: todos los fuegos artificiales de la ciudad parecían estar apuntando a la playa, y pasaban sobre nuestras cabezas. Yo me tiré en la arena, de cara al cielo, para verlos mejor. Escuchaba a lo lejos las voces de mis tíos y mi abuelo, las carcajadas de mis primos, las carreras en la arena de mi prima Roxana, que se había puesto una bikini minúscula y ya estaba convirtiéndose en la chica despampanante que luego sería. De vez en cuando pasaba y me tiraba arena para molestarme.
Yo permanecía inmóvil, escuchando, mirando, absorbiendo todas las sensaciones de esa noche. Sabía que ése era un momento de intensa y perfecta felicidad, y que muchas veces iba a evocar ese recuerdo. Más de veinte años después, puedo recordar la decoración de la mesa, el short que yo tenía puesto, el cuerpo esbelto y bronceado de Roxana extendido en la arena, la voz de mi primo imitando a Freddy Mercury y desentonando horriblemente, la atareada alegría de mi tía Ana, que repartía vasos, platos y bandejas con helado. La sonrisa triste de mi abuela y algunos de sus silencios inexplicables. La forma como mi abuelo nos abrazó, y la extraña sensación de despedida que nos quedó a todos.
Diez meses mas tarde falleció, y desde entonces pienso que, al mismo tiempo que yo, él también estaba grabando en su retina esas últimas imágenes.

13.7.06

Minimal
El primer mail que recibí de la rubia que trabaja en la consultora se despedía diciendo “Atentamente”. El segundo concluía con un “Cordialmente”. En el tercero puso “Cariños”. Desde el cuarto, concluye enviando “Besitos”.
Ayer, haciendo una movida estratégica que vengo pensando desde la semana pasada, fui a un encuentro donde sabía que ella iba a estar. Nos saludamos, conversamos un rato, nos sentamos juntos a escuchar parte de una disertación. Descubrí que tiene un perfume exquisito, que sus manos son suavísimas, que tiene linda letra y escribe con lapicera fuente. Durante la conferencia descubrí que cuando habla en susurros su voz es muy sensual.
Cuando salí de la charla ya había caído la noche. Llevaba en mi bolsillo una notita donde ella me había escrito un par de cosas que tenemos que terminar juntos la próxima semana. Volví a mi casa de excelente humor.
Me estoy volviendo tan básico.

11.7.06

(Des)Encuentros
Loli me invita a cenar. Desde hace ocho meses, me invita una vez por semana, con una persistencia digna de mejor causa. Por primera vez acepto, y en el restaurante nos ponemos al día: le cuento mis últimas desventuras amorosas y se mata de risa aferrada a su copa de chablis. Me cuenta sus enredos, que son peores que los míos. Nos reímos a carcajadas planeando cruzar a sus ex con las mías: descubrimos que tienen esquizofrenias complementarias.
Trabaja en relaciones públicas (un segmento profesional del que no consigo librarme), hace poco cumplió 30 años y acaba de darse cuenta de que gana más plata de la que necesita para vivir, que los tipos todavía le tienen ganas y que su vestuario, su departamento y su cuerpo son lujos que está dándose a esta edad. Su casa fue diseñada por un decorador caro, fuma Virginia Slims, sabe mucho de vinos y puede recitar de memoria la carta de cualquier restaurante top de Buenos Aires.
Mientras la cena avanza y ella va por la cuarta copa de vino (yo por la segunda botella de agua mineral), la vela que hay en la mesa empieza a agonizar. La charla se hace profunda, el restaurante se va vaciando, el gran salón va quedando en silencio y la voz de Loli toma un tono oscuro. Con el paso del tiempo y de las copas ha pasado de hablarme de sus romances superfluos a mencionar las mañanas vacías, las cenas en soledad, los sábados en pijama mirando películas en su living copiado de Elle Deco.
La escucho en silencio. No era intención de ninguno de los dos llegar a esta conversación: dijimos que íbamos a salir a cenar para conversar y reírnos un poco. Me habla como si yo, que cumplí los 30 hace un par de años, pudiera darle alguna respuesta. Podría agregar más cosas a las que ella dice: la agenda llena de compromisos de trabajo y sin ningún recuadro en colores que indique compromisos de los otros, el contestador reventando de mensajes y todos dichos con el tono impersonal de la gente de tu trabajo, las películas buenísimas o los libros geniales que no podés recomendarle a nadie, el sexo desamorado y practicado contra reloj.
Comprobamos que nos hacemos las mismas preguntas y nos encontramos con la misma ausencia de respuestas. Tenemos idénticas perplejidades y frustraciones parecidas. Y habrá sido el salmón rosado a la mediterránea, habrá sido la noche entre velas y rosas, pero los dos en cierto momento nos miramos y la pregunta nos asaltó en silencio: ¿Y si…?. La miro. Observo su piel marmórea, su vestido escotado, sus manos de manicura costosa, su paquete de Virginia Slims, su sonrisa algo desdibujada por el alcohol, y veo -sobre todo- la amistad que nos une desde hace tiempo.
Y no, la respuesta es no.

9.7.06

Interview
Espero en su oficina a un tipo al que tengo que entrevistar. Llegué a su empresa con puntualidad británica pero su secretaria me informó que está llegando con unos minutos de retraso y, entre disculpas, me hace pasar a su despacho para esperarlo.
Tengo en mi portafolio la biografía de Mozart que estoy leyendo pero no la saco. Me divierte analizar a los entrevistados observando su lugar de trabajo, y la oficina del sujeto -presidente de la filial argentina de una multinacional- parece un caso interesante. Miro la curiosa simetría de los objetos sobre el escritorio, grande y despejado. Hay una notebook plateada, un pasaporte argentino, dos pasajes de American Airlines, una carpeta azul y varios adornos de diseño, de esos que por Palermo Soho cuestan una fortuna.
Detrás del escritorio, una biblioteca más bien reducida. Desde mi silla leo los lomos de los libros: cocina europea, arquitectura, un libro sobre autos, un directorio industrial y una de las novelas de juventud de Vargas Llosa, “La tía Julia y el escribidor”. Estupefacto, me pregunto qué hace ese libro ahí. En esa biblioteca percibo un orden que no puedo interpretar. Luego de leer en una dirección y en sentido contrario los lomos de los libros, descubro el sentido con que han sido ordenados los volúmenes: por el color del lomo. Los colores de cada libro forman un delicadísimo degradé que va del color negro del libro de Vargas hasta el gris claro del volumen de arquitectura. Como si recibiera una revelación, me doy cuenta de que los libros forman parte de la decoración de la oficina, creada con un claro espíritu feng shui. Ni siquiera los debe haber ordenado el dueño de la oficina: no creo que un ejecutivo que no tiene tiempo de atarse los cordones de los zapatos se haya tomado el trabajo de alinearlos así. Debe haber sido tarea del decorador. Si el decorador es el que ordena tu biblioteca, estás jodido, pienso mientras tomo el agua mineral que me han traído.
Por lo poco que recuerdo de feng shui, descubro que los muebles están alineados según una clara línea de fuga que viene del ventanal, el escritorio se ubica de frente a la puerta de entrada (darle la espalda a la puerta es pecado mortal), y hay varios adornos anaranjados, de inequívoco tono feng.
Veo algunas fotos en portarretratos: el ejecutivo sentado sobre el capot de un Porsche, dos nenes rubios en una playa, y el ejecutivo otra vez, junto a una rubia ajada que debió haber sido linda. Con desgano e incomodidad, sonríen los dos a la cámara, sentados en un banco, pero no se tocan. Ni abrazados, ni de la mano, ni siquiera rozándose los hombros. Si esa foto hablara, mencionaría engaños, decepciones, amantes de uno y otro lado, éxito económico, prestigio social y derrumbe íntimo. Hay fotos que son para quemarlas y enterrar sus cenizas, no para poner en la oficina. Y aunque las fotos no hablan, el mercado sí lo hace: siempre se sabe todo de todos.
El entrevistado entra a la oficina. Sonrisa de winner, aire sobrador del que se las sabe todas, mirada despiadada del que, si es necesario, te arranca los ojos ahí mismo. Previsiblemente, viene agitado (sobreactuando su agitación), con el saco en la mano, y me pide disculpas. Explica que viene de un almuerzo que se extendió demasiado por un negocio con unos japoneses que viene complicado. Sonrío y le digo que no se preocupe por la puntualidad, que tiene cosas más importantes de qué preocuparse. El tipo, que por suerte no entiende mi frase, sonríe también.

6.7.06


Simply stone
La revista Rolling Stone cumple 100 ediciones y mientras hojeás el ejemplar que acabás de comprar, te acordás de su primer número, cien meses atrás, en abril de 1998. En la tapa estaba Mick Jagger y, claro, vos no ibas a perderte el furor stone. Todavía tenés ese ejemplar guardado por ahí.
En esos años eras posmoderno, noctámbulo, trabajabas mucho y tomabas Absolut con jugo de naranja. Estabas en el primer departamento que te compraste con tu plata, en la calle Bolívar -también en el corazón de San Telmo- y donde había dos vecinas que vivían quejándose por la música fuerte. Salías con Valeria, la ex modelo con arranques místicos. Era simpática, hermosa y buena gente, y sus constantes citas de Osho no te importaban.
Antes te habías separado de M. y habías pasado varios meses encerrado, leyendo a Onetti (leíste, una a una, las novelas oscurísimas y deprimentes de Onetti y, paradójicamente, te sentiste mejor). Leías a Graham Greene, a Norman Mailer, a John Berger y a Nadine Gordimer. Tal vez nunca leíste tanto como en esos meses, cuando abrías de par en par el ventanal, arrimabas una silla, apoyabas los pies en el borde de la ventana y te tirabas para atrás, sosteniendo la silla en dos patas. Una vez te caíste hacia atrás haciendo eso.
Por entonces, después de cenar salías a caminar, te comprabas revistas extranjeras, parabas a tomar una taza de té por Corrientes, regresabas a la una o dos de la mañana y te acostabas a dormir exhausto y feliz. Y siempre había una Rolling Stone en la mesa de luz.
Cuando todavía no existía la RS argentina, comprabas la edición norteamericana, que te sigue pareciendo increíble. Y una vez te compraste un libro español que recopila algunos de los mejores artículos publicados en esa revista, y disfrutaste intensamente el prólogo que te describió esa redacción tal como te la habías imaginado: llena de humo, de melenudos, de chicas vestidas de hippies, de escotes y minifaldas, de comentarios irónicos e inteligentísimos, de gente que cita a Shakespeare mientras fuma un porro y gente que baila reggae sobre los escritorios.
Sabés que ése no es tu mundo pero no podés dejar de admirarlos. Escribís sobre el mundo corporativo, y tu única aventura periodística es recorrer las gruesas alfombras de las oficinas centrales del Citibank o hundirte en los sillones de la sala de reuniones de Telefónica Holding. Has vivido madrugadas turbulentas, estuviste en fiestas donde Charly García se emborrachaba en la mesa de al lado, conocés bastante del circuito under-pop-rock-grunge-dark, y algunas veces has viajado al fondo mismo de la noche. Pero siempre saliste a tiempo, y nunca se te ocurrió hacer periodismo sobre todas esas cosas que ocurren cuando se pone el sol. Después de todo, para eso ya está la Rolling Stone.
No respondo tests, pero...
Éste me llegó por una cadena. Y como todos sabemos, interrumpir una cadena trae catástrofes inimaginables, así que para qué tentar a la desgracia.
0.- Cual es tu apodo?: Para casi todos, Dani. Para mi vecina, el loco de al lado.
1.- Que hora es?: 11: 52 AM. Temperatura 16 º. Humedad 77%.
2.- Nombre: Daniel, pero pueden llamarme Dani.
3.- Cantidad de velas que aparecieron en tu última torta de pastel: La ultima torta que comí en vez de velas tenía tubos fluorescentes.
5.- Estas enamorado? Claro. De mí.

6.- Tu cumple es el?: No lo sabe nadie porque odio que me saluden por mi cumpleaños.
7.- Religión: Creo fervientemente en Dios. El problema es que El no cree en mí.
8.- Te has emborrachado?: Y cómo…
9.- Amaste tanto a alguien como para llorar? No lloro jamás. Sufro en seco.
10.- Estuviste en un choque de autos?: Cuando tenía 7 años un auto me chocó a mí y me levantó por el aire en plena 9 de Julio. ¿Eso cuenta?
11.- Como andas vestido?: Según el día. Riguroso traje, moderno decontracté, o abiertamente rotoso, con jeans desteñidos y zapatillas.
12.- 2 o 4 puertas?. 6 ventanas.
13.- Sprite o Seven up? No tomo gaseosas.

14.- Cerveza o vino?: No tomo alcohol.
15.- Café o té? : No consumo cafeína. El té sí me va.
16.- Sabor de helado?: Chocolate, a morir.
17.- Sabanas lisas o con animalitos?: Lisas. Las animaladas en las sábanas las aporto yo.
18.- Estatura?: 1, 79
19.- Lugar para que te besen?: El lugar lo elige la dueña del beso.
20.- Canción que estas escuchando en este momento?: “First we take Manhattan”,de REM.
21.- Temas de conversación más detestado? Enfermedades, divorcios y recetas de sushi.

22.- Tom o Jerry? : La abuela que andaba con la escoba y hacía tartas de manzana.
23.- Disney o Warner Brothers?: La Warner.
24.- Restaurante de comida rápida: Nada de comida rápida. Bueno, a veces almuerzo a las apuradas.
25.- Ultima visita a un hospital?: Cuando me llevaron al psiquiátrico, de donde me escapé asegurando que tenía inmunidad diplomática.
26.- De que color es la alfombra o piso de tu dormitorio? Parquet marrón.
27.- Peluche de dormir?: Si no hay nada a mano, duermo abrazado a una ilusión.
28.- Dónde te ves en 10 años?: En el oculista.
29.- De que persona recibiste el "encargo": Cucusita.
30.- Cual de tus amigos vive más lejos?: Tengo un amigo en Washington, USA y un par desparramados por Europa. Pero el amigo que está más lejos de mi es uno que vive en Morón, porque nos vemos poco y nada. Una lástima.
31.- Lo mejor: ¿Podría ser más específico?
32.- Quién piensas que te responderá este "encargo" mas rápidamente?: No pienso reenviarlo, así que nadie.
33.- Mascotas? En el comedor tengo una palmera. Es casi humana, créanme.
34.- Que cambiarias de tu vida?: Exceptuando el amor por los libros, todo.
35.- Cuantos timbrazos para contestar el teléfono?: Dos, siempre.
36.- Video preferido: Tantos...
37.- CD preferido: Sueño con un CD que tenga todas las canciones de los Stones. Y otro que reúna las nueve sinfonías de Beethoven.
38.- Grupo o cantante favorito: Históricos, Beatles. Actuales, Stones.
39.- Lo primero que piensas en la mañana cuando despiertas?: “¿Hoy era imprescindible madrugar?”
41.- Si pudieras ser otra persona, quien serias?: Mick Jagger, a full. Y las noches de luna llena me convertiría en Jim Morrison.
42.- Nombra a las personas que no te contestaran y por que: La lista sería tan larga como la guía telefónica de Rosario. Vivo rodeado de irresponsables, indolentes y buenos para nada.
43.- Quien te gustaría que la responda: La única persona que me interesa no responde estas tonterías.
44.- Algo que tengas puesto siempre y nunca te lo quites: ¿La sonrisa?. No, ya no.
45.- Que hay en las paredes de tu habitación?: Un blanco infinito.
46.- Que hay debajo de tu cama?: Un muerto, pero que no lo sepa nadie.
47.- Cuál es el auto de tus sueños?: Uno que traiga una rubia en el baúl. Si no hay de esos, un Mercedes 220, que es un excelente imán para las rubias.

48.- Algo a la persona que te mando este "encargo": ¿Ya puedo pasar por caja?
49.- Colores preferidos: Azul.
50.- Palabras que más dices: OK, Fucking, y “¿Para cuándo está listo el pago?”.
51.- Comida preferida: Cualquiera rica y sana.
52.- Que buscas en tu pareja ideal: Una carrera humanística, un doctorado en filosofía, 90-60-90, piel canela pero cabello rubio, ojos claros, voz suave, excelente gusto para vestirse y que le guste mucho leer. Ideal, dijimos, no?
53.- Que le miras primero a el(ella)?: El tono y la suavidad de la piel. Y luego, lo habitual.

54.- Que es para ti la vida?: Una broma macabra que a veces da risa en serio.
55.- Momento más triste de tu vida?: Cuando me di cuenta de que ya era tarde para algunas cosas.
57.- Momento más humillante: Si lo recordara, no saldría de mi casa por vergüenza.
58.- Persona mas loca y simple que conoces: Mi novia de los 22 años, que me enseñó a reírme de casi todo, y aún se lo agradezco.
60.- Que fobias tienes: Ratas, murciélagos y víboras. Ah, y licenciadas en Sistemas.
61.- Que piensas de la muerte: No la pienso.

62.- Te ha gustado algún amigo (a) tuyo(a): No.
63.- Tiempo que tardas en arreglarte: Si tuve una mala noche, no invierto tiempo en arreglar lo irreparable. Me peino y salgo. Si hay algo que puede ser mejorado, lo intento aunque sin mucha dedicación.
64.- Revista favorita: El New Yorker para los días culturosos. La Rolling Stone norteamericana para los días rockers. Y una revista francesa llamada Magazine Litteraire, siempre.
65.- Le darías un beso a la persona que te envió este encargo: Creo que tiene novio y no quiero líos.
66.- Que estación del año te gusta mas?: Verano

67.- Te irías a vivir a otro país: ¿Por qué no?
68.- Quien no te ha fallado nunca?: Mi MacIntosh.
70.- Carta o e-mail?: Email, aunque tengo ganas de retomar correspondencia postal con alguna amiga.

71.- La persona que mas extrañas?: ¿Es necesario decirlo?
72.- Que te pone de buenas?: Que una chica linda me sonría. Que alguien que quiero me mande un mail tonto y cariñoso. Que el libro que ando buscando desde hace meses esté disponible.
73.- Caricatura preferida?: No consumo caricaturas. Sospecho que yo soy una.
74.- Mejor cyberamigo?: Fer.
75.- Equipos de fútbol: Odio el fútbol.
76.- Le darías un beso apasionado a alguien de los que mandaste el encargo?: No mandé el encargo y no estoy de humor para andar besuqueando gente. Aunque si el test es excusa para andar repartiendo besos, ya estoy pensando un par de opciones.
77.- Juego de mesa favorito: Hacer el amor sobre una mesa.

78.- El peor sentimiento del mundo: La envidia.
79.- El mejor sentimiento del mundo: La generosidad.

80.- Futuros nombres para tu hijo: Estenoesmío. En serio, es un nombre quechua.
81.- Futuros nombres para tu hija: Estanoesmía.
82.- Chocolate o vainilla?: Chocolate.
83.- Una almohada o dos?: Dos.
84.- Duermes con peluches: Una vez quise dormir con un peluche y me denunciaron por acoso sexual.
85.- Si pudieras teñirte el cabello que color preferirías y se lo tienes teñido de cual?: Ni lo tengo teñido ni me teñiría.
86.- Cual es tu numero favorito?: Una vez me convencieron de que el 9 me traía suerte. Al final, siempre me fue como el 7.

87.- Juguete favorito?: De chico, los playmobil. Hoy, alguna girlmobil.
88.- Que haces si alguien se quiere pasar con tu novio(a)?: Voy hacia esa persona y le especifico claramente la tarifa por ponerle las manos encima a mi novia. Después, con ella repartimos.
89.- Dile algo a la persona que más quieres: Te olvidaste en casa una remera.

90.- Condimento favorito en una ensalada: Limón.
91.- Que no te gusta comer?: Todas las inmundicias del asado. Chinchulines y esas cosas.
92.- Quien te felicito primero en tus cumpleaños?: Algún descolgado que sabe que no debe hacer eso si no quiere ser automáticamente eliminado de mi agenda.
93.- Quien es tu ídolo?: Bart Simpson.
94.- Cuantos hijos te gustaría tener?: Y qué se yo.
95.- Con quien?: Con una nieta de Amalita Fortabat. Así nos salvamos los pibes y yo.
96.- Te has masturbado?: ¿Quién no?.
97.- Te consideras guapo(a)? : Hasta los 20 hacía todo por serlo. Desde esa edad, me preocupa ser interesante, divertido y buen compañero. La suma de todo eso te convierte en algo más que guapo: en atractivo. Pero igual, soy guapísimo.
98.- Eres virgen? si no, con quien la perdiste la virginidad?: Con Roxana la del cole, a los 17.
99.- Te gusto contestar el cyberchismografo?: He hecho cosas más indignas en la vida.
100.- Que hora es?: 12:31 del mediodía y me muero de hambre. Maldito test.

3.7.06

Working plan
Reunión en consultora corporativa. La clase de cosas que para un renegado como yo son odiosas aunque rentables. Discutimos un plan de trabajo con el presidente de la consultora y su jefa de relaciones públicas. Él es uno de los cráneos más cotizados del segmento corporativo: de sus neuronas surgieron, íntegras, las estrategias de las empresas más importantes de casi toda América Latina. Ella tiene 25 años, es intensamente rubia, sonríe con intensidad y hoy ha venido intensamente escotada. Se llama Natalia.
Segunda vez que nos vemos con la chica; al consultor lo conozco desde hace varios años. Les adelanté por mail un plan de trabajo que él discute casi por hábito. Ella habla lo indispensable, y cuando lo hace se acalora un poco. No sé si la intimido yo o el consultor, que es quien la ha contratado. Me provoca cierta ternura: la escucho con atención, evito hacerle preguntas que quizá no sepa contestar, le doy la razón en todo lo que dice y propongo seguir sus sugerencias.
El consultor recibe una llamada del exterior y sale de la sala de reuniones para atenderla. Nos quedamos conversando. Descubro que, sin presión, se relaja y es divertida. Tiene una sonrisa luminosa y no menos de 93 de lolas.
El consultor regresa. Seguimos discutiendo el proyecto. Le propongo armar un programa operativo con una serie de etapas. Invoco las palabras productividad, eficientización, criterio competitivo y retorno sobre inversión. En el fin de semana he estado releyendo un libro de management de Michael Porter y lo cito con seriedad aunque el asunto me da risa.
Cuando el consultor no nos ve, la rubia me dirige sonrisitas a escondidas. Al rato vuelvo a mi oficina y escribo el plan de trabajo. Identifico 16 fases del proceso operativo. Para aumentar la eficiencia, he propuesto que de algunas de esas etapas nos ocupemos Natalia y yo solos, lo que nos permitirá compartir muchas horas de trabajo e intimar. Nuestra sigla sobre el papel es N+D, Natalia y Daniel. Cuando envío el plan de trabajo, de los 16 puntos que hay que resolver, 15 tienen la sigla N+D.

2.7.06

Diciembre 2003
La Embajada de Brasil me invita a una fiesta en uno de los salones de La Rural. Hace poco nos separamos con C.,y no da invitarla para ir juntos. María José todavía es una incógnita, y P. es aún esa mina que me gusta pero a la que aún no me acerqué. La invito a Julieta, que acepta feliz.
Llegamos temprano y el clima carioca es notorio desde lejos. La cosa empieza con un cóctel más o menos formal, donde el embajador dice un pequeño discurso que hace reír varias veces a todos. Al terminar le ponen un sombrero de plástico en la cabeza y un collar de flores. El tipo se ríe, agarra a su mujer y es el primero en largarse a bailar.
Con Julieta nos vamos a una de las barras, a ver qué hay: montañas de quesos y fiambres, buffet frío y bocaditos calientes, canapés de caviar, frutas frescas en elaboradísimos bocados que huelen a ananá y mesas enteras de postres. Decidimos arrancar con quesos y champagne, mientras empieza a tocar una banda brasilera que invita a bailar a todo el mundo. Los brasileros bailan hasta cuando comen, con un bocado en una mano y una copa en la otra.
Al rato ya estamos bastante entonados los dos. Nos sentamos en unas mesas con arreglos florales y velas a tomar vino tinto. Hemos pasado por todas las mesas del menú, probando todo lo que se nos puso delante. Mordisqueando platos de palmitos, vaciando copas de vino, conversando de la vida y viendo a la gente que baila perdemos la noción del tiempo.
Hasta que Julieta se pone de pie, me agarra de una mano, dice ¿vamos?, y me lleva a bailar. Pronto se arma un trencito y nos soltamos. Busco la manera de agarrar de la cintura a una rubia a la que estuve mirando un buen rato. El trencito se corta, el que iba agarrado de la rubia se aleja, y yo me lanzo hacia ella.
Julieta está lejos y sabe que más le vale no acercarse. Bailo detrás de la rubia un rato, hasta que le pregunto si no está cansada. Asiente y la llevo hasta un costado. Le ofrezco algo para tomar y pide cerveza. Cuando empezamos a hablar me doy cuenta de que está un poco bebida, aunque me cuesta determinar si lo está menos o más que yo. Al rato bailamos un poco más, y veo que Julieta me mira desde lejos. Sólo deseo que se enganche algún flaco y se divierta, y me deje las manos libres.
Me voy atrás de la rubia hasta los baños. Apenas puedo darle un par de besos, y enseguida estamos de vuelta en el salón. Seguimos conversando y tomando cerveza, pero una amiga ya se acercó a decirle que se encuentran en el estacionamiento para irse. Parece que vinieron en grupo en el auto de otra amiga. La cosa pinta mal porque no avancé demasiado y se viene el cierre. Me voy a buscar torta de chocolate, y cuando vuelvo encuentro a la rubia con el abrigo puesto y hablando con la otra. Nos despedimos rápido: hoy no ha sido mi noche.
Vuelvo a la mesa y al rato se sienta conmigo Julieta. Por lo visto, intentó charlarse a un brasilero sin mucho éxito. Aburridos, cansados, seguimos tomando vino y comiendo con desgano postres de chocolate. Le sacamos la corteza a unos bocaditos, comemos la parte de adentro, que es de ananá y rhum, y descartamos el resto. Lo hacemos hasta dejar una montaña de masa sobre la mesa. Son más de las tres de la madrugada cuando decidimos salir. Voy al baño a lavarme la cara y salimos a la noche.
Julieta tiene un vestido sin hombros y dice que tiene frío. Me quito el saco y se lo pongo por encima. Caminamos por avenida Sarmiento hasta Santa Fe. El aire frío nos reanimó y ya no nos sentimos borrachos. En general, estamos de buen humor, aunque yo todavía tengo algo de bronca por la rubia.
Llegamos a una plaza de Santa Fe, junto al Botánico. Nos sentamos en un banco a charlar. Al rato decidimos cruzar a comprar cerveza en un kiosco abierto. Volvemos con un par de latas para cada uno. Nos estiramos en el banco con la nuca sobre el respaldo, miramos las estrellas y conversamos en voz baja, aunque estamos completamente solos en la plaza desierta. Julieta me cuenta cosas. Tiene problemas en la casa: los problemas que ya conozco, pero la cosa se le está poniendo heavy. En un momento se pone a llorar. Le agarro la mano y nos quedamos así, mirando el cielo y con las manos juntas. Por un buen rato, ninguno de los dos habla. Entre las copas de los árboles, el cielo empieza a clarear.
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