29.1.07

Dixit
Tanto joder y al final lo habíamos logrado. Estábamos presos por pintar carteles y por cantar la marcha socialista. Cuando llegamos a la seccional el comisario no estaba y el sub no sabía qué hacer con nosotros. Nos pasaron a las celdas pero dejaron las puertas abiertas porque no había lugar para todos. Allí estuvimos haraganeado y charlando hasta que nos empezó a dar hambre. Juntamos lo que teníamos entre todos y un cana nos fue a comprar pan y matambre. Comimos sentados en el piso y tratamos de esclarecer a dos pibes que estaban presos por pungas; pero no daban bola y dejamos el asunto.
Como a las seis entró a cuidarnos un cana jovencito. Mirá, me dice, mirá a ese suertudo, y señala con el mentón a un cana viejo que estaba en un rincón del patio donde todavía había sol, despatarrado en una silla. Ese sí que tiene suerte, le faltan pocos días para jubilarse, ¿te das cuenta?. Y a mí todavía me faltan treintaicinco años.
Eso dijo y yo me quedé como si me hubiera dado un palo en la cabeza. El pobre se dolía de su juventud y quería ser viejo, ahora mismo quería tener sesenta años con tal de jubilarse pronto. Quedé duro. Yo tenía dieciséis y era inmortal y tenía toda la eternidad de luchas y revoluciones por la causa sagrada del proletariado.
Al rato llegó el comisario y después de algunas discusiones cómicas y algunas tomaduras de pelo, nos largó. Pero el daño estaba hecho: yo había visto a un tipo que se lamentaba de ser joven.
(Adaptado de un texto de H. Yánover)

24.1.07

Cartesiano
"Se pasa la vida reivindicando la duda. Y lo hace con tal certeza que confunde".
(H. Yánover)

15.1.07

2007
Un partner de la editorial que nos ha robado durante todo el año me envía una tarjeta diciendo que está muy feliz de trabajar con nosotros y que me desea lo mejor para el año que comienza. Las fiestas de fin de año han tenido un efecto devastador en mi ánimo, y he tenido que armar una lista de excusas verosímiles para zafar de las ocasiones que no son estrictamente indispensables. Desde problemas de salud hasta viajes inexistentes, y desde cierres de edición hasta parientes enfermos, cuidando de no darle a la misma persona dos excusas demasiado parecidas en la misma semana.
Paso el 24 y el 31 solo en casa, luego de una compleja arquitectura de mentiras que hace creer a todos que estoy festejando con otro grupo. Como toda familia posmoderna, la mía está dividida en dos facciones: la facción A detesta a la B, y es suficiente hacerle creer a la primera que pasaré las fiestas con la segunda y viceversa. Como las odio a ambas el trámite no me trae problemas de conciencia. S. me invita a cenar con ella y sus padres, pero le digo que iré a una quinta, a un asado con mi amigo Guille y su grupo de vándalos ilustrados. A su vez, Guille cree que pasaré con M., que volvió esta semana de Chile.
Con el teléfono desconectado, ceno en paz, miro películas, escucho a Pink Floyd y oigo que allá abajo la ciudad festeja. Desde la ventana se ve la costa de Colonia: unas pequeñas luces que estallan sobre la ciudad, como burbujas en una copa de champagne, indican que también allí están tirando fuegos artificiales.
Paso los días de calor leyendo vorazmente, hundido en un sopor donde se mezclan la sensación térmica y las páginas de Mann, Tolstoi, Steinbeck y Faulkner. Releo libros ya leídos, descubro novelas nuevas, subrayo frases, me dejo llevar por el texto, olvidando técnica y estilo. Bajo cantidades industriales de música por internet. Miro cine europeo hasta la madrugada. Le pido a S. que nos veamos sólo los sábados. No escribo en mi blog ni leo los de otros, con la excepción del de una redactora del New Yorker que me fascina y me repele a la vez.
Tiro a la basura tres docenas de tarjetas de navidad, la mayoría sin abrir. Recuerdo algunas de las frases que me han enviado en estos días. Año Nuevo, vida nueva, pienso. Como toda frase de sabiduría popular, una gran mentira.
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