Releo a Piglia y me siento ligeramente imbécil. Aunque ligeramente es un eufemismo vago para lo que me provoca ese texto donde brillan, aisladas, algunas frases en un argumento desvaído que leí por primera vez hace nueve años, y que ahora releo salteado entre reuniones, viajes en subte y salas de espera.
Mientras escucho un teórico deleznable en la facultad, anoto cosas que necesitaré recordar en la entrevista que tengo que hacer mañana. Repito mentalmente: ir con el tema conocido de antemano, hacer preguntas inteligentes (?), escuchar con educación y portarse con urbanidad aunque oiga las peores incoherencias. Y luego, escribir con precisión, rigor y elegancia. Puf.
Al terminar la clase, miro a una veinteañera de cuerpo espectacular. De cara es bastante básica, pero no puedo creer el cuerpo. Lo veo y no lo creo: fascinado por las proporciones, el tono de piel, el volumen y las formas, me acerco y conversamos de trivialidades. Inevitablemente, mantengo el diálogo con sus lolas, no con ella. Me gustaría desnudarla y hacerle fotos. O no precisamente para hacerle fotos. (Aunque sí, también podría hacerle retratos en blanco y negro, con luz difusa y fondo blanco: tiene un tono de piel maravilloso y unas formas impresionantes que me hacen pensar en los desnudos de Tina Modotti).
La mina me mira, pero (fuck!) yo no parezco provocar un efecto similar en ella. No importa: que me den media hora de charla y soy capaz de convencerla de que ella ha nacido para mí y que yo he vivido todos estos años esperándola a ella.
Repaso mentalmente los compromisos de mañana. Se hace tarde y la mina no parece convencida de que ha nacido para mí. O si lo está, no va a dejarse ganar con sólo 15 minutos de charla sobre la bibliografía de la materia. Me caigo de sueño, es tarde y tendría que irme a dormir. Así que vuelvo a casa abrigando la tibia esperanza de volver a encontrármela la semana próxima, escribo un post desganado y lamento que al día siguiente voy a pasármela de reunión en reunión y sin tener entre mis recuerdos del día anterior un roce con una hermosa veinteañera que resultó más escéptica de lo deseable.