Beat the system
Me llega una invitación para dar una charla en la carrera de marketing de una universidad privada. Primero siento una oleada de pánico. Luego el asunto me da risa. Llamo al director académico de la carrera y le pregunto si se volvió loco. Se ríe y me pregunta cuántos años hace que trabajo en este negocio. Cuando se lo digo, dice que los profesores seniors que están dando charlas tienen en promedio dos años menos que yo en la actividad.
Le pregunto qué clase de charla quieren.
-Algo general, lo que se te ocurra. Podés contar cosas que te pasen en tu trabajo, o nuevas tendencias que estés viendo en la industria. O presentar casos de estudio. Mientras dure una hora y media, está bien.
Me quedo pensando en los centenares de disertaciones a las que asistí cuando estudiaba. ¿Así se deciden?. “¿Hablá de lo que se te ocurra?”. Me quedo pensando en una presentación con power point, animaciones y puntero láser. Mi pánico crece. Cuando tuve que hacerlo, lo hice, pero el proceso siempre se inició con un feroz ataque de pánico seguido de una absoluta tranquilidad mientras hablaba y una descarga de adrenalina en cuanto terminaba la presentación.
Repaso mentalmente las claves de la Retórica de Aristóteles y las partes de un discurso que aprendí en Semiótica. No tengo ganas. Una vez más, no tengo ganas de ceder a la presión del sistema. Ni traje oscuro, ni carpeta con fotocopias para distribuir, ni power point, ni frases hechas que puedan ser anotadas en cuadernos.Me gustaría pararme en la tarima del frente, sacar un libro de Artaud y leerles sus poemas. Primero en francés y luego en castellano. Hacer pausas para observar cómo reaccionan. Supongo que habrá un ligero estremecimiento en esa masa de trajes Armani, un nervioso revoleo de miradas, que flamearán algunas corbatas Hermès de París, que alguno mirará de reojo su reloj Bulova. Y habrá una enorme incomodidad ante esas palabras que no entienden pero que intuyen. Tal vez alguno (uno, aunque sea uno solo) entienda un verso y salga del salón de conferencias un poco distinto de como entró. Ahí está el acto terrorista que no se le ocurrió a Bin Laden: sentar a doscientos yuppies y leerles poesía francesa.
Me llega una invitación para dar una charla en la carrera de marketing de una universidad privada. Primero siento una oleada de pánico. Luego el asunto me da risa. Llamo al director académico de la carrera y le pregunto si se volvió loco. Se ríe y me pregunta cuántos años hace que trabajo en este negocio. Cuando se lo digo, dice que los profesores seniors que están dando charlas tienen en promedio dos años menos que yo en la actividad.
Le pregunto qué clase de charla quieren.
-Algo general, lo que se te ocurra. Podés contar cosas que te pasen en tu trabajo, o nuevas tendencias que estés viendo en la industria. O presentar casos de estudio. Mientras dure una hora y media, está bien.
Me quedo pensando en los centenares de disertaciones a las que asistí cuando estudiaba. ¿Así se deciden?. “¿Hablá de lo que se te ocurra?”. Me quedo pensando en una presentación con power point, animaciones y puntero láser. Mi pánico crece. Cuando tuve que hacerlo, lo hice, pero el proceso siempre se inició con un feroz ataque de pánico seguido de una absoluta tranquilidad mientras hablaba y una descarga de adrenalina en cuanto terminaba la presentación.
Repaso mentalmente las claves de la Retórica de Aristóteles y las partes de un discurso que aprendí en Semiótica. No tengo ganas. Una vez más, no tengo ganas de ceder a la presión del sistema. Ni traje oscuro, ni carpeta con fotocopias para distribuir, ni power point, ni frases hechas que puedan ser anotadas en cuadernos.Me gustaría pararme en la tarima del frente, sacar un libro de Artaud y leerles sus poemas. Primero en francés y luego en castellano. Hacer pausas para observar cómo reaccionan. Supongo que habrá un ligero estremecimiento en esa masa de trajes Armani, un nervioso revoleo de miradas, que flamearán algunas corbatas Hermès de París, que alguno mirará de reojo su reloj Bulova. Y habrá una enorme incomodidad ante esas palabras que no entienden pero que intuyen. Tal vez alguno (uno, aunque sea uno solo) entienda un verso y salga del salón de conferencias un poco distinto de como entró. Ahí está el acto terrorista que no se le ocurrió a Bin Laden: sentar a doscientos yuppies y leerles poesía francesa.
13 Comments:
Hacé la gran Fernando Peña: parate en el escenario y bajate los pantalones.
Jaaaaa...te parece? No me veo llegando tan lejos...
Pensandolo bien, me parece mas revolucionario Artaud en ese contexto que unos pantalones bajos.
Puede ser un buen curro...
Si mal no recuerdo por ahí andaba uno usando a Shakespeare para eso...
Dígame, Daniel, ese antro del que Ud. habla, queda por el Bajo, cerquita de Córdoba...
Dani, yuppies eran los de los 80, estos son yuppies vintage y no creo que ninguno porte las marcas que Ud. menciona, sino solo el anhelo de las mismas.
Considero que podría hacer una charla llamada el éxito a través de Cristian Bale, entonces, les pasa un combo de American Psyco, después El Maquinista, Batman inicia y concluye con El Imperio del sol naciente
El tipo: debe ser el mismo que escribió el libro "Shakespeare para managers". Qué ladri, por Dios...
Amperio: No, mi amigo, ahí no entro ni a palos. Algo de dignidad me queda.
Pau: Para causarles un daño neuronal irreversible debería usar algo de Rimbaud, entonces...
Naty: Lo que son las marcas aspiracionales...Sé de alguno que no tiene un mango partido al medio pero se está comprando un Audi usado y en cuotas.
Shh!! Daniel, No avive giles. Le tengo miedo a los marketineros (u odio?)
Hágalo, Daniel, y avise dónde y cuándo va a tomar lugar esa charla... me gustaría estar ahí cuando eso suceda!!!
Usuario: No está mal tenerle miedo a los marketineros, pero con tenerles cierta precaución generalmente alcanza.
Violeta: Cuando salga a pintar las paredes de las universidades privadas con leyendas hippies, prometo avisar. Así me ayudan.
Vaya que sería un espectáculo dantesco! Imagínese doscientas unidades del traje-robot de Cerebro el ratón, haciendo cortocircuito al unísono.
Aunque lo mas probable es que al escuchar "Foucault" sus mentes lo decodifiquen como "Fakiu" y se sientan ofendidos.
Como sea, me agrada la idea de tal acto de terrorismo espiritual.
!Ay, ay, ay! La cosa va, poquito a poquito, desembocando en el terrorismo espiritual que plantearon muchos compañeros. Adhiero, entonces.
Y otra cosa, Daniel: ¿Ud. me creería si yo le cuento que en el antro ese de Av. Córdoba el suscripto expuso sobre peronismo revolucionario y los que no entendieron, que eran amplia mayoría por supuesto, aplaudieron al final y vinieron a felicitarme?
¿Qué cómo llegué ahí? Ah, no amigo, táctica y estrategia peronista la doy sólo en la Unidad Básica.
Gordo y Amper: Ya iremos viendo la forma de detonarles las cabezas a todos esos graduados de Economía, Finanzas y Marketing. Se puede empezar con Artaud, continuar con la apreciación de un cuadro de Rembrandt y terminar con un par de sonatas bien violentas de Beethoven. Si queda alguno en pie, aprovechamos su desorientación para afiliarlo compulsivamente al movimiento justicialista.
Creo que el verdadero terrorismo es el que no despierta terror inmediato sino desconcierto, incomprensión, incertidumbre. Y de ahí, el terror.
Léales el Principito. Pídales que le dibujen un cordero. Tal vez sea esa la única ocasión en la que existirá una oportunidad de que eso suceda.
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