Mi última drunk night
La fiesta de fin de año de revista Cosmopolitan puede ser un gran plomazo o una oportunidad de oro. Si uno anda buscando alguna chica Cosmo para amenizar sus días, es más lo segundo que lo primero. Hace tres años, ésa era mi situación y decidí darme un baño de glamour en la fiesta, a la que me invitó una amiga que trabaja en la agencia de prensa que colabora con la editorial.
En cuanto entré me ofrecieron un Rutini añejo y junto a la primera copa se acercó un tipo a conversar. Era un periodista de un canal rosarino y -por su charla, que no tardó en marearme- parecía ser el especialista en agro del noticiero. Habló de cultivos y cosechas hasta que comencé a sentir que me empezaban a crecer plantas de soja en las orejas. No podía escapar de su conversación torrencial y, para ir aligerando la parrafada de mi acompañante, me puse a probar todo lo que había en las bandejas que cruzaban enfrente mío. A medida que iban pasando los vasos, entendía menos lo que me decía mi interlocutor, pero no me preocupaba: hacía rato que le estaba dando la razón en todo.
Poco después la chica Cosmo apareció, y me lancé tras ella. Después de conversar trivialidades durante algunos minutos, convinimos que yo buscaría algún lugar tranquilo donde sentarnos a charlar y ella conseguiría más bebidas en la barra.
Subiendo escaleras, llegué a la terraza del petit hotel donde se hacía la fiesta y me perdí. Enredado en cables de teléfono, noté por primera vez que había bebido demasiado. Traté de hacerme el auto test etílico, sumamente recomendable cuando uno ha tomado de más en ocasiones sociales. Según los resultados que uno observa en sí mismo, las categorías del test son: a) gracioso y encantador, b) ligeramente achispado, c) empinó de más el codo, d) quédese a vivir en el ridículo, porque de ahí ya no vuelve, e) categoría Horacio Guarany, es decir borracho perdido.
Calculé que estaría en categoría b). Una señal de alarma se me encendió en el cerebro: la chica que estaba conmigo me esperaba con vodka. Eso me haría saltear todas las escalas y aterrizar directamente en el nivel Premium: ya me veía entonando zambas en medio de la fiesta.
El contexto Cosmo no ayudaba, pero intenté pensar. Invocando al espíritu de Hegel traté de razonar la situación: estaba a un paso de pasarme de rosca con una mina que me invitaba a seguir bebiendo. La situación era riesgosa y tentadora. Aspiré profundamente el aire de la noche, tomé una decisión y bajé las escaleras.
(Continúa en el post de mañana)
La fiesta de fin de año de revista Cosmopolitan puede ser un gran plomazo o una oportunidad de oro. Si uno anda buscando alguna chica Cosmo para amenizar sus días, es más lo segundo que lo primero. Hace tres años, ésa era mi situación y decidí darme un baño de glamour en la fiesta, a la que me invitó una amiga que trabaja en la agencia de prensa que colabora con la editorial.
En cuanto entré me ofrecieron un Rutini añejo y junto a la primera copa se acercó un tipo a conversar. Era un periodista de un canal rosarino y -por su charla, que no tardó en marearme- parecía ser el especialista en agro del noticiero. Habló de cultivos y cosechas hasta que comencé a sentir que me empezaban a crecer plantas de soja en las orejas. No podía escapar de su conversación torrencial y, para ir aligerando la parrafada de mi acompañante, me puse a probar todo lo que había en las bandejas que cruzaban enfrente mío. A medida que iban pasando los vasos, entendía menos lo que me decía mi interlocutor, pero no me preocupaba: hacía rato que le estaba dando la razón en todo.
Poco después la chica Cosmo apareció, y me lancé tras ella. Después de conversar trivialidades durante algunos minutos, convinimos que yo buscaría algún lugar tranquilo donde sentarnos a charlar y ella conseguiría más bebidas en la barra.
Subiendo escaleras, llegué a la terraza del petit hotel donde se hacía la fiesta y me perdí. Enredado en cables de teléfono, noté por primera vez que había bebido demasiado. Traté de hacerme el auto test etílico, sumamente recomendable cuando uno ha tomado de más en ocasiones sociales. Según los resultados que uno observa en sí mismo, las categorías del test son: a) gracioso y encantador, b) ligeramente achispado, c) empinó de más el codo, d) quédese a vivir en el ridículo, porque de ahí ya no vuelve, e) categoría Horacio Guarany, es decir borracho perdido.
Calculé que estaría en categoría b). Una señal de alarma se me encendió en el cerebro: la chica que estaba conmigo me esperaba con vodka. Eso me haría saltear todas las escalas y aterrizar directamente en el nivel Premium: ya me veía entonando zambas en medio de la fiesta.
El contexto Cosmo no ayudaba, pero intenté pensar. Invocando al espíritu de Hegel traté de razonar la situación: estaba a un paso de pasarme de rosca con una mina que me invitaba a seguir bebiendo. La situación era riesgosa y tentadora. Aspiré profundamente el aire de la noche, tomé una decisión y bajé las escaleras.
(Continúa en el post de mañana)
5 Comments:
Me mataron las categorías etílicas. Buenísimo.
increibles categorías...
Alguien que piensa en Hegel cuando tiene al lado un Scania, es francamente admirable.
Bueno, o por lo menos gracioso.
..la Idea lo es todo, mon ami...
Finnegan: No sé si pensaba en Hegel o en el papelón que estaba a punto de hacer, frente a semejante mina y con tanto alcohol encima.
El_tipo: Eso dije mientras me encomendé a san Hegel, santo patrono de los polvos irreflexivos.
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