Business meeting
Tengo sueño y pésimo humor. Mala combinación para una reunión de trabajo, y menos aún para reunirme con NL. Estamos negociando los puntos de un acuerdo que uniría mi editorial con su empresa en un proyecto conjunto. El tipo es un pirata célebre en el mercado, motivo por el cual leo prolijamente cada cláusula.
El negocio es, en teoría, interesante. El aporta lo suyo, yo lo mío, concretamos, y nos repartimos las ganancias luego de restar gastos e impuestos. Típica joint venture. Aunque hacer negocios con este fulano tiene mucho de adventure. Hace cuatro años estaba fundido, luego la pegó con un proyecto que le permitió pagar deudas, mejorar su nivel de vida y poner oficinas en un caserón de Belgrano. De todos modos sigue vistiéndose mal, combinando camisas y corbatas de tonos enfrentados y alternando seda con tweed. Habla con un énfasis innecesario, y no puede resistir la tentación de contarme sus últimas vacaciones en Palma de Mallorca. Ni siquiera me ahorra el relato de sus correrías detrás de los gatos Vip de Marbella.
Leo en voz alta el acuerdo: dos carillas de compromisos y obligaciones para las partes. Sé que va a quedarse con un 20% de mis ganancias: en el mercado es famoso por eso. Me preparo para gastos imprevistos, insumos con sobrecostos y proveedores con parche en el ojo y pata de palo. Hasta imagino algún cheque volador, otra de sus “desprolijidades” habituales.
Restando a mis ganancias el 20% que seguramente me va a robar, el negocio igual se justifica. Asiento pacientemente cuando me enumera mis deberes: sé que en cada uno de esos ítems se esconde una posibilidad de garcarme. Digo que sí cuando propone sus proveedores: ya estoy resignado a los sobreprecios criminales que nos van a venir de esos simpáticos imprenteros, estudios de diseño, organizadores de eventos y proveedores de catering. Y me dice que le gustaría poner a M., su hombre de confianza, en un lugar clave. Zafé de que pusiera a su novia, pienso.
Decido que por cada sobreprecio de esos voy a pasarle honorarios aún más delirantes. Y supongo que al 20% que va a robarme esta vez voy a responderle con un 40% de incremento en mi presupuesto para el próximo negocio que hagamos. Al final todo se resume en una negociación de tahúres, donde en cada renglón del acuerdo encontramos una posibilidad de garcar o ser garcado. Cerca del mediodía, llegamos al punto final. ¿De acuerdo?, me pregunta con una sonrisa filosa. Asiento, mientras pienso que termina ahí porque no debe haber encontrado más alternativas de garcarme. Al despedirnos, me estrecha la mano como si fuéramos amigos del alma. Tampoco es cuestión de andar descuidando las formas.
Tengo sueño y pésimo humor. Mala combinación para una reunión de trabajo, y menos aún para reunirme con NL. Estamos negociando los puntos de un acuerdo que uniría mi editorial con su empresa en un proyecto conjunto. El tipo es un pirata célebre en el mercado, motivo por el cual leo prolijamente cada cláusula.
El negocio es, en teoría, interesante. El aporta lo suyo, yo lo mío, concretamos, y nos repartimos las ganancias luego de restar gastos e impuestos. Típica joint venture. Aunque hacer negocios con este fulano tiene mucho de adventure. Hace cuatro años estaba fundido, luego la pegó con un proyecto que le permitió pagar deudas, mejorar su nivel de vida y poner oficinas en un caserón de Belgrano. De todos modos sigue vistiéndose mal, combinando camisas y corbatas de tonos enfrentados y alternando seda con tweed. Habla con un énfasis innecesario, y no puede resistir la tentación de contarme sus últimas vacaciones en Palma de Mallorca. Ni siquiera me ahorra el relato de sus correrías detrás de los gatos Vip de Marbella.
Leo en voz alta el acuerdo: dos carillas de compromisos y obligaciones para las partes. Sé que va a quedarse con un 20% de mis ganancias: en el mercado es famoso por eso. Me preparo para gastos imprevistos, insumos con sobrecostos y proveedores con parche en el ojo y pata de palo. Hasta imagino algún cheque volador, otra de sus “desprolijidades” habituales.
Restando a mis ganancias el 20% que seguramente me va a robar, el negocio igual se justifica. Asiento pacientemente cuando me enumera mis deberes: sé que en cada uno de esos ítems se esconde una posibilidad de garcarme. Digo que sí cuando propone sus proveedores: ya estoy resignado a los sobreprecios criminales que nos van a venir de esos simpáticos imprenteros, estudios de diseño, organizadores de eventos y proveedores de catering. Y me dice que le gustaría poner a M., su hombre de confianza, en un lugar clave. Zafé de que pusiera a su novia, pienso.
Decido que por cada sobreprecio de esos voy a pasarle honorarios aún más delirantes. Y supongo que al 20% que va a robarme esta vez voy a responderle con un 40% de incremento en mi presupuesto para el próximo negocio que hagamos. Al final todo se resume en una negociación de tahúres, donde en cada renglón del acuerdo encontramos una posibilidad de garcar o ser garcado. Cerca del mediodía, llegamos al punto final. ¿De acuerdo?, me pregunta con una sonrisa filosa. Asiento, mientras pienso que termina ahí porque no debe haber encontrado más alternativas de garcarme. Al despedirnos, me estrecha la mano como si fuéramos amigos del alma. Tampoco es cuestión de andar descuidando las formas.
9 Comments:
Qué desperdicio toda esta gracia de Dios.
Coincido con L. Alejate de tus socios pirata y ponete a escribir literatura en serio. Vas a vivir mas feliz.
lo preocupante es que la mierda hace felices por lo menos a dos personas...
L: Tu comentario me suena a frase de T. Capote. Y es cierta.
Flor: Lo voy a hacer. Ya llegará el día.
Farenheit: Ojalá hiciera felices a sólo dos.
Usan la colonia y elhonor, para ocultar oscuras intenciones, tienen doble vida son sicarios del mal, entre esos tipos y Ud hay algo personal!
Besos
Naty, cuánta razón.
Por ahora los jeans viejos y las remeras descoloridas son sólo mi uniforme de fin de semana; pero ya llegará el día en que ande así todo el tiempo. Mientras, la idea es que el color gris del traje no te atraviese la piel.
Beso.
Muchas gracias por el comentario, espero que te gusten los demás posts. Es un honor para mí.
Un abrazo
Daniel, déle la razón al Nano, y deje el traje gris para Sabina... entre nos, llénese los bolsillos de arena y no se lo digo porque en este momento esté en MDQ, sino por uno de los discos de Manolo García... escuché y verá!
Besos
Toro: Gracias por tu visita. Ya soy habitué de tu blog.
Naty: Le doy la razón al Nano cuando dice que de vez en cuando la vida nos toma de la mano y nos invita a bailar. ¿Cómo no darle la razón?.
Un beso.
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