11.6.06

90 minutos
Cuando la llamo a su casa, tengo que anunciarme como Gastón, un compañero de sus clases de fotografía. Si no hay nadie, lo mejor es no dejar ningún mensaje en el contestador. Si la llamo a su celular, tengo que acostumbrarme a que de vez en cuando va a nombrarme como Caro o Barbie: eso significa que hay alguien cerca suyo que puede oírla mientras habla conmigo, y tiene que sostener que conversa con una amiga. Podemos vernos no más de dos veces por semana, en horarios incómodos. Y nunca más de una hora y media.
Es un garrón, pero todo eso se desvanece rápidamente cuando llega a mi departamento, sonríe diciéndome cosas en italiano, se saca los zapatos y camina descalza por toda la casa, tira la cartera por ahí y grita “te ne voglio bene, mascalzone!” mientras se mata de risa de sus propias frases.
Me encanta que haya nacido en la zona del Udine, de donde era Pier Paolo Pasolini. Le pido que me cuente cómo es Udine, y ella me pregunta cosas de Pasolini, sobre sus poemas y sus películas. También le hablo de Pavese, de Calvino y de Montale. Pregunta por qué me gusta tanto la literatura italiana. Le digo que leyendo cada uno de esos libros, sin saberlo me preparaba para conocerla.
Esa hora y media juntos justifica varios días de llamados entrecortados, de mails escritos en clave y de un chat donde tenemos que medir cada palabra que ponemos. Los dos sabemos qué frágil es esto, que más vale disfrutarlo como viene y vivirlo intensamente el poco tiempo que dure. No habrá para nosotros cenas en un restaurante de San Telmo, ni un fin de semana juntos en Colonia, ni siquiera un amanecer mirando salir el sol sobre el río.
Cuando nos encontramos, ya estamos empezando a despedirnos de a poco. Cuando todo está por empezar, la nostalgia de lo que estamos a punto de perder ya se hizo presente. En una charla, me había dicho que lo que podíamos esperar de esto era muy poco: apenas un amor hecho de ausencia. De ausencia, de nostalgia y de algunos momentos gloriosos.

6 Comments:

Blogger Ruth said...

Probablemente, si tuvieran cenas en San Telmo o amaneceres frente al río, esos 90 minutos no tendrían la intensidad que concentran. Aunque uno siempre, en su frustración por llegar pensando en tener que irse, imagina qué pasaría si pudieran estar juntos un rato más.

9:54 a. m.  
Blogger Naty said...

en èpocas mundialistas el clásico Italia Argentina es apasionante. Dura 90 minutos o un poco más pero se habla de él por décadas!

Besos y que sea ella quien se auto proclame fuori dalla copa...

Besos querido!

9:55 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Minerva: Es cierto. Si estuvieramos juntos las 24 horas, disfrutariamos menos cada minuto compartido.
Naty: Por suerte, los dos odiamos el fútbol. Algo más que nos une. Besos, querida.

10:48 a. m.  
Blogger Fernando Guzmán said...

Esa hora y media hace que valga la pena la semana entera...

4:27 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

la ausencia es parte del sustento de la palabra con a.
sin ella no habría presencia. sólo sería un verbo to be a medias: apenas un estar.

saludos.

10:50 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Fernando y Voyeur: Totalmente de acuerdo.
Saludos.

10:57 a. m.  

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