20 años después
Cuando murió Borges yo era chico pero lo primero que pensé fue “Ya no lo voy a conocer”. Me había comprado alguno de sus libros de cuentos y había leído varios poemas sueltos, aunque por entonces mi principal admiración iba hacia Ernesto Sábato. Como el acné juvenil, la admiración por Sábato se cura con la madurez, y cuando años más tarde lo conocí me di cuenta de que el destino podía haber sido más generoso y permitirme conocer al otro "gran escritor argentino”.
Para conmemorar la muerte de Borges, La Nación publicó un extenso homenaje en su suplemento literario. Yo -que ya intuía que alguna vez iba a escribir en ese suplemento- lo guardé, y durante muchos años estuvo entre mis papeles hasta que se perdió en alguna mudanza.
Veía en las fotos de los diarios a María Kodama, sin imaginarme que años más tarde yo iba a adquirirle un inédito de Borges para publicarlo en una revista. Acudió al entierro de su reciente marido vestida de blanco, porque en la cultura oriental el luto es de ese color. Ya por entonces, a través de las fotos, me caía mal.
El verdadero encuentro con Borges se dio después, cuando empecé a leerlo con pasión, a coleccionar sus libros, a acumular sus biografías, a preocuparme por entender ese manejo deslumbrante del lenguaje. A los 12 años, cuando veraneaba en Uruguay, aprovechaba las larguísimas siestas del campo para memorizar sus poemas.
En Buenos Aires, muchas veces me detuve a mirar una esquina, un zaguán o la fachada de un bar. Esos lugares que Borges había nombrado en sus cuentos y poemas ya formaban parte del mito. Siempre viví en San Telmo, y pasé toda la adolescencia yendo a leer a la vieja Biblioteca Nacional, que él dirigió durante veinte años. Recorría los pasillos pensando que por ahí había caminado, me detenía en los estantes de las enciclopedias pensando que sus manos habían rozado esos lomos de cuero, me preguntaba si esos viejos ejemplares de Shakespeare habían sido hojeados por él.
Hoy, desde la ventana de mi dormitorio, veo el edificio de la comisaría donde Borges estuvo demorado durante algunas horas en 1946 (en un episodio muy divertido que contó Estela Canto en su libro). Camino por las calles que él recorría diariamente, y de vez en cuando compro algún libro en sus librerías favoritas.
Hoy, cuando todos recuerdan que hace dos décadas moría Borges, se amontonan los homenajes, los recordatorios y las efusiones sentimentales. Casi todos van a decir que le enseñó a leer a un país entero y a escribir a varias generaciones de autores, y tendrán razón. Otros dirán que fue él quien puso a la Argentina en el mapa de la literatura universal, y será cierto. Pero si pudiera agregar algo, señalaría que hace veinte años murió el hombre que llenó de magia las calles de Buenos Aires.
Cuando murió Borges yo era chico pero lo primero que pensé fue “Ya no lo voy a conocer”. Me había comprado alguno de sus libros de cuentos y había leído varios poemas sueltos, aunque por entonces mi principal admiración iba hacia Ernesto Sábato. Como el acné juvenil, la admiración por Sábato se cura con la madurez, y cuando años más tarde lo conocí me di cuenta de que el destino podía haber sido más generoso y permitirme conocer al otro "gran escritor argentino”.
Para conmemorar la muerte de Borges, La Nación publicó un extenso homenaje en su suplemento literario. Yo -que ya intuía que alguna vez iba a escribir en ese suplemento- lo guardé, y durante muchos años estuvo entre mis papeles hasta que se perdió en alguna mudanza.
Veía en las fotos de los diarios a María Kodama, sin imaginarme que años más tarde yo iba a adquirirle un inédito de Borges para publicarlo en una revista. Acudió al entierro de su reciente marido vestida de blanco, porque en la cultura oriental el luto es de ese color. Ya por entonces, a través de las fotos, me caía mal.
El verdadero encuentro con Borges se dio después, cuando empecé a leerlo con pasión, a coleccionar sus libros, a acumular sus biografías, a preocuparme por entender ese manejo deslumbrante del lenguaje. A los 12 años, cuando veraneaba en Uruguay, aprovechaba las larguísimas siestas del campo para memorizar sus poemas.
En Buenos Aires, muchas veces me detuve a mirar una esquina, un zaguán o la fachada de un bar. Esos lugares que Borges había nombrado en sus cuentos y poemas ya formaban parte del mito. Siempre viví en San Telmo, y pasé toda la adolescencia yendo a leer a la vieja Biblioteca Nacional, que él dirigió durante veinte años. Recorría los pasillos pensando que por ahí había caminado, me detenía en los estantes de las enciclopedias pensando que sus manos habían rozado esos lomos de cuero, me preguntaba si esos viejos ejemplares de Shakespeare habían sido hojeados por él.
Hoy, desde la ventana de mi dormitorio, veo el edificio de la comisaría donde Borges estuvo demorado durante algunas horas en 1946 (en un episodio muy divertido que contó Estela Canto en su libro). Camino por las calles que él recorría diariamente, y de vez en cuando compro algún libro en sus librerías favoritas.
Hoy, cuando todos recuerdan que hace dos décadas moría Borges, se amontonan los homenajes, los recordatorios y las efusiones sentimentales. Casi todos van a decir que le enseñó a leer a un país entero y a escribir a varias generaciones de autores, y tendrán razón. Otros dirán que fue él quien puso a la Argentina en el mapa de la literatura universal, y será cierto. Pero si pudiera agregar algo, señalaría que hace veinte años murió el hombre que llenó de magia las calles de Buenos Aires.
2 Comments:
Supongo que todos los que disfrutamos de sus libros le debemos un homenaje en el día de hoy.
Saludos
Yo le hice un homenaje implícito. Date una vuelta por este post en mi "Damos Pena", creo que podés llegar a disfrutarlo un ratito.
http://damospena.blogspot.com/2006/06/william-wilson.html
Lindo tu blog, te voy a pegar una linkeada.
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