Centenares de páginas leídas en diagonal. Docenas de páginas escritas a la sombra de la urgencia y el descuido. Rallies cotidianos por el microcentro y alguna maratón por zona oeste. Seminarios de asistencia obligatoria y un libro de Beckett escondido en el interior de la carpeta llena de cifras. En medio de la vorágine, en subtes, taxis, filas de banco y salas de espera, breves oasis de música. Bowie (el eterno, el inoxidable, el deslumbrante Bowie) y las sonatas de Schumann. O Jefferson Airplane y la voz de Grace Slick, mi último enamoramiento repentino. Noches gélidas -por razones ajenas al clima-, mañanas de mal humor y agenda recargada, tardes de introspección y caminatas bajo las arboledas de Núñez. Unos ojos verdes que perseguí y se me escaparon, tal vez ignorando cuánto hubiera estado dispuesto a dar por ellos. En fin, casi nada digno de contar.
19.5.07
Centenares de páginas leídas en diagonal. Docenas de páginas escritas a la sombra de la urgencia y el descuido. Rallies cotidianos por el microcentro y alguna maratón por zona oeste. Seminarios de asistencia obligatoria y un libro de Beckett escondido en el interior de la carpeta llena de cifras. En medio de la vorágine, en subtes, taxis, filas de banco y salas de espera, breves oasis de música. Bowie (el eterno, el inoxidable, el deslumbrante Bowie) y las sonatas de Schumann. O Jefferson Airplane y la voz de Grace Slick, mi último enamoramiento repentino. Noches gélidas -por razones ajenas al clima-, mañanas de mal humor y agenda recargada, tardes de introspección y caminatas bajo las arboledas de Núñez. Unos ojos verdes que perseguí y se me escaparon, tal vez ignorando cuánto hubiera estado dispuesto a dar por ellos. En fin, casi nada digno de contar.
3.4.07
2 de abril, 1982
De todas las historias referidas a la guerra, pocas me parecieron más demostrativas que ésta del costo humano que significó aquel delirio. El relato -que circuló años después- dice que un joven soldado que regresaba de las Malvinas al término de la guerra llamó a su madre desde su regimiento en Palermo y le pidió permiso para llevar a casa a un compañero mutilado cuya familia vivía en el interior. Se trataba -según dijo- de un conscripto de 19 años que había perdido una pierna y un brazo en la guerra y que además estaba ciego. La madre, feliz del retorno de su hijo con vida, contestó horrorizada que no sería capaz de soportar la visión del mutilado y se negó a aceptarlo en su casa. Entonces el hijo cortó la comunicación y se pegó un tiro: el supuesto compañero era él mismo, que se había valido de aquella historia para averiguar cuál sería el estado de ánimo de su madre al verlo llegar despedazado.
11.3.07
7.3.07
Hace años que soy adicto a los medios. Desde la compra compulsiva de diarios y revistas hasta saltar de CNN a BBC y de TN a Crónica, y de tener puesta AM América las 24 horas a tener centenares de links en la PC a los sitios del New York Times, el Washington Post, Le Figaro, El País de Madrid, el London Times y los sitios de Time y Newsweek. Cuando me suscribí al servicio online de un diario moscovita empecé a sospechar que estaba llegando demasiado lejos. ¿Para qué una suscripción a Moscow Times?. Si se desata una guerra mundial es una buena fuente alternativa, explicaba impávido.
Hoy mientras trabajo hago cada media hora un chequeo general de noticias vía internet. Me entero de choques de trenes en Finlandia, robos a bancos en Escocia, tomas de rehenes en Pakistán, golpes de estado en Africa y estrenos de películas en Los Angeles. Sé que, en sí mismas, las noticias no me importan. Sólo son un medio para comprobar -desde una oficina donde suena interminablemente el sonido del teléfono y el tableteo del teclado- que, del otro lado de las ventanas, el mundo todavía puede ser un lugar emocionante.
15.2.07
Reabrieron el Británico. Luego de ocho meses de silencio y ausencia, el café volvió a abrir, y todos los que constituían su público -vecinos de cabello canoso y diario izquierdista bajo el brazo, bohemios, vagabundos sin ocupación ni domicilio fijo, caminantes nocturnos, suicidas en potencia y poetas en acto- nos asomamos en tropel a ver si ese Británico era “el” Británico. El ambiente interior sigue igual, aunque con una diferencia: lo que antes era la devastación del tiempo ahora tiene la prolija respetabilidad de lo antiguo. Lustraron mesas y sillas, arreglaron los baños, iluminaron mejor el salón y mantuvieron el esquinero de madera que separaba el reservado que discriminaba entre el “salón familiar” y los clientes furtivos, que se escondían ahí, al abrigo de las miradas ajenas, a mantener charlas indecentes con mujeres ajenas. En un invierno de hace algunos años, iba a ese rincón vacío a leer las novelas de Onetti, que era lo más obsceno que podía hacer por entonces.
El nuevo dueño del bar tuvo la marketinera idea de invitar con un café gratis a todos los que fueran el día de la inauguración. Aunque no fui, al día siguiente me llegaron los comentarios: el hombre es un jubilado que juntó sus ahorros para jugárselos en este negocio, como una forma de preservar un rincón histórico de Buenos Aires. Me pregunto si esa historia también será parte de un operativo de marketing. Me comentan que Manolo, el gallego que manejó el bar durante más de 40 años, estuvo en la reinauguración.
Pregunto qué pasó con el gato que en invierno se recostaba contra las piernas de los clientes. Una vez descubrí al gato mirando con atención el televisor donde pasaban un viejo video de Ray Charles: desde ese día conjeturé que le gustaba el gospel. Me dicen que al gato se lo llevó a su casa una vecina.
Podría haber sido peor. A fin de cuentas, en esa esquina podrían haber puesto un McDonalds. Y quizás al gato, con un poco de suerte, en su nuevo hogar hasta le pongan buena música.