Almuerzo
En el taxi que me lleva a encontrarme con L. suena REM. Tengo un almuerzo de trabajo en uno de esos reductos cool de Palermo Hollywood donde de una mesa a otra se discuten los guiones de las ficciones de Pol-ka y se define la estética de las nuevas campañas publicitarias de marcas fashion. En el trayecto me imagino rodeado de ejecutivos de productoras, diseñadores gráficos, estrategas de comunicación y gente que no se sabe a qué se dedica pero que siempre anda sobrevolando esos lugares. Lo imagino y me estremezco.
Miro el reloj y veo que llego sobre la hora. El taxista -a quien le pregunté al subir si en 7 minutos llegaríamos hasta Gorriti- ya ha pasado dos semáforos en rojo y conduce a 90 por Las Heras. Se me ocurre que si chocamos, al menos me habré salvado del almuerzo. Debería ser un choque no muy cruento, que me dé una excusa creíble sin romperme ningún hueso.
Hasta último minuto esperé una cancelación. A L. podría haberle surgido algo. O dado algo. Un paro cardíaco, un derrame cerebral, algo.
Pero no le da nada, y cuando llego me saluda con una gran sonrisa. Al verlo me siento un poco culpable por las barbaridades que venía pensando. Insólitamente, en el almuerzo también está presente el director de una revista sofisticada. Buscando un terreno común, terminamos hablando sobre las críticas de cine que escribía Borges. La charla se pone interesante, aunque cuando cito a Paul Eluard el tipo no puede evitar preguntarme qué hago trabajando en esto. Le respondo que yo me pregunto lo mismo.
L. sonríe, ocupado en devorar unas costillas grilladas y en mirarle las piernas a dos rubias que hablan en inglés y comen en la mesa de al lado. Miro por el ventanal hacia la calle. En el frío y el viento, pasa gente que mira hacia adentro, al ambiente calefaccionado, musicalizado con Vangelis e iluminado con sofisticación. Por la vereda transita gente con perros o con chicos, mujeres con bolsas del supermercado, hombres de pulóver y gorro de lana que cargan herramientas. Pasan y miran de reojo mientras siguen caminando. Ninguno de ellos imagina, en ese instante en que nuestras miradas se cruzan, que daría cualquier cosa por estar del otro lado del vidrio, recibiendo el viento frío en la cara.
Miro el reloj y veo que llego sobre la hora. El taxista -a quien le pregunté al subir si en 7 minutos llegaríamos hasta Gorriti- ya ha pasado dos semáforos en rojo y conduce a 90 por Las Heras. Se me ocurre que si chocamos, al menos me habré salvado del almuerzo. Debería ser un choque no muy cruento, que me dé una excusa creíble sin romperme ningún hueso.
Hasta último minuto esperé una cancelación. A L. podría haberle surgido algo. O dado algo. Un paro cardíaco, un derrame cerebral, algo.
Pero no le da nada, y cuando llego me saluda con una gran sonrisa. Al verlo me siento un poco culpable por las barbaridades que venía pensando. Insólitamente, en el almuerzo también está presente el director de una revista sofisticada. Buscando un terreno común, terminamos hablando sobre las críticas de cine que escribía Borges. La charla se pone interesante, aunque cuando cito a Paul Eluard el tipo no puede evitar preguntarme qué hago trabajando en esto. Le respondo que yo me pregunto lo mismo.
L. sonríe, ocupado en devorar unas costillas grilladas y en mirarle las piernas a dos rubias que hablan en inglés y comen en la mesa de al lado. Miro por el ventanal hacia la calle. En el frío y el viento, pasa gente que mira hacia adentro, al ambiente calefaccionado, musicalizado con Vangelis e iluminado con sofisticación. Por la vereda transita gente con perros o con chicos, mujeres con bolsas del supermercado, hombres de pulóver y gorro de lana que cargan herramientas. Pasan y miran de reojo mientras siguen caminando. Ninguno de ellos imagina, en ese instante en que nuestras miradas se cruzan, que daría cualquier cosa por estar del otro lado del vidrio, recibiendo el viento frío en la cara.
13 Comments:
¿Es tan así la cosa?
Una persona alguna vez me dijo que no habría elegido esta carrera (profesorado) si hubiese sabido que enseñar literatura tenía tan poco que ver con la literatura... y un sueldo tan, pero tan escaso.
¿Por qué no se deja de sufrir y hace otra cosa lejos de esas reuniones con trajes animados en restaurantes caros y "Audis"? Imagino que usted sabe que podría irle bastante peor en esta vida, pero, no lo sé... ¿Cuales son sus pretenciones?
Digo, que se yo. Porque para hacer unos pesos, salga a levantar quiniela.
Corregime, por favor, si el "hubiera" y el "habría" están mal puestos, porque ahora ya ni sé.
Mantis: La explicación es larga y no viene al caso exponerla acá. Supongamos que estoy haciendo un trabajo desagradable ahora para después poder instalar mi propio local de quiniela. ¿Se entiende?. Hay días en que el asunto es soportable y días en que no, nada más.
Ah, bueno. Eso le pasa a usted por estar vivo. Pero en las películas dicen que luego uno recuerda lo insoportable con nostalgia, convirtíendolo en una anécdota mas o menos feliz.
Por las dudas, anóteme diez pesos al 21. A la cabeza.
recibiendo el viento en la cara, mientras mira las piernas de las rubias?
recibiendo el viento en la cara, mientras mira las piernas de las rubias?
¿Sabe una cosa, Daniel? Su explicación me hace acordar de un famoso zaguero central de voluminosa cuenta bancaria y dilatada carrera deportiva que confeso, a poco de terminar con su carrera, que no le gustaba el fútbol.
¿No quiere asociarse en el proyecto de la quiniela?
Naty: Imposible no imaginar que el viento les vuela la pollera. Por favor, tia, no me haga pensar esas cosas en horario laboral.
Amper: ¿Gaudio no es el otro que confesó que odia el tenis?. Nosotros podríamos asociarnos para poner un puesto de choripanes que trabaje en las marchas del justicialismo. O un parripollo frente a su Unidad Básica.
lo bueno es poder elegir,
pero no siempre se da
o por ahi, siempre elegimos adonde estamos, bien o mal
y si ponemos una agencia de modelos como el hijo de constantini ??
salu2
batistuta es otro que odia el futbol.
Uno siempre está del lado equivocado, al menos para uno.
Angeles: Entre esas dos cosas, las que elegimos y las que no, se nos va la vida.
Super: Por lo que oí, el negocio le va bastante mal. Pero claro, él tiene un papá con una chequera inagotable.
Chame: Ahora lo recuerdo; tenés razón.
Minerva: Ni hablar. Pero también estaría bueno encontrar un lugar y sentir que uno pertenece a él.
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